lunes, 11 de abril de 2011

¿Acaso hay alguien que sepa cuál es la verdad? Me dice mi amor que hay en mi voz desesperanza, y acaso hay algo de cierto en lo que dice mi amor: ¿desesperanza de qué?


Desesperanza quizá de no poder vivir una vida plena en la que lo que siento concuerde plenamente con lo que la vida me trae, desesperanza acaso de que esta sociedad hipócrita se guíe algún día por los sentimientos reales de las personas y deje de lado la doble moral, la moral del sacrificio que hace del sufrimiento un estandarte que restregar a los demás. ¿Qué hay de malo en hacer lo que se siente? Al final y a menudo, todo se queda en palabras bonitas que no llevan a nada, y ay, Santi, qué preciosidad, qué intenso, qué apasionado, qué maravilla, qué sed de amar y de amor, pero obras son amores y las palabras se quedan en palabras si uno no tiene el valor de llevar a la realidad eso que siente intensamente, y entonces toda esa belleza tan admirable que nos ha movido por dentro se convierte en una mentira y acudimos a la moral fácil: a la que no se atreve a hacer lo que siente.
Yo no tengo principios. Estoy en este mundo para amar, para amar sin límite, para amar sin respeto. Le decía el otro día a alguien, y creo que de algún modo lo compartía, aunque supongo que no lo entendía del todo, le decía que mi capacidad de amar es ilimitada y que mi vida se queda coja si no la llevo a obra, si no la convierto en realidad que no se quede en palabra bonita. Le decía a ese alguien que soy culpable de miles de cosas y que tengo muchísimo que hacerme perdonar, pero de verdad que me alegro: afirmo por enésima vez que lo único que vale es el amor, lo único. La moral huele a hipocresía y a escudo para hacer daño sintiéndose justo.